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SUS VERSOS AROMATIZAN LA VIDA

Petalos de versos, en el alma de Pablo Neruda

Danilo Correa  |  10 de diciembre de 2014 (21:00 h.)

 

 

MARIPOSA DE OTOÑO

La mariposa volotea 
y arde -con el sol- a veces.

Mancha volante y llamarada, 
ahora se queda parada 
sobre una hoja: que la mece.

Me decían: -No tienes nada. 
No estás enfermo. Te parece.

Yo tampoco decía nada. 
Y pasò el tiempo de las mieses.

Hoy una mano de congoja 
llena de otoño el horizonte. 
Y hasta de mi alma caen hojas.

Me decían: -No tienes nada. 
No estás enfermo. Te parece.

Era la hora de las espigas. 
El sol, ahora, 
convalece.

Todo se va en la vida, amigos. 
Se va o perece.

Se va la manò que te induce. 
Se va o perece.

Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.

El agua, la sombra y el vaso. 
Se va o perece.

Pasò la hora de las espigas.
El sol, ahora, 
convalece.

Su lengua tibia me rodea. 
También me dice: -Te parece.

La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.



 


MUJER, NADA ME HAS DADO

Nada me has dado y para ti mi vida 
deshoja su rosal de desconsuelo,
porque ves estas cosas que yo miro, 
las mismas tierras y los mismos cielos,

porque la red de nervios y de venas
que sostiene tu ser y tu belleza
se debe estremecer al beso puro
del sol, del misino sol que a mí me besa.

Mujer, nada me has dado y sin embargo 
a través de tu ser siento las cosas:
estoy alegre de mirar la tierra 
en que tu corazón tiembla y reposa.

Me limitan en vano mis sentidos 
-dulces flores que se abren en el viento-
porque adivino el pájaro que pasa 
y que mojó de azul tu sentimiento.

Y sin embargo no me has dado nada,
no se florecen para mí tus años, 
la cascada de cobre de tu risa 
no apagará la sed de mis rebaños.

Hostia que no probò tu boca fina, 
amador del amado que te llame, 
saldré al camino con mi amor al brazo 
como un vaso de miel para el que ames.

Ya ves, noche estrellada, canto y copa 
en que bebes el agua que yo bebo, 
vivo en tu vida, vives en mi vida, 
nada me has dado y todo te lo debo.


 

TANGO DEL VIUDO

Oh Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia, 
y habrás insultado el recuerdo de mi madre 
llamándola pena podrida y madre de perros, 
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer 
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre, 
y ya no podrás recordar, mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún, 
quejándome del tròpico, de los coolies coringhis, 
de las venenosas fiebres que me hicieron tanto daño 
y de los espantosos ingleses que odio todavía.

Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios, 
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez 
tiro al suelo los pantalones y las camisas, 
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte, 
y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses, 
y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.

Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde 
el cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras, 
y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina 
acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces, 
de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre, 
y la espesa tierra no comprende tu nombre 
hecho de impenetrables substancias divinas.

Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas como detenidas y duras aguas solares,
y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de furia que asilas en el corazòn,
así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en el aire la ceniza y lo destruido, 
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.

Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración 
oída en largas noches sin mezcla de olvido, 
uniéndose a la atmòsfera como el látigo a la piel del caballo. 
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa, 
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo, 
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma, 
y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente 
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos, 
substancias extrañamente inseparables y perdidas.

 


WALKING AROUND

Sucede que me canso de ser hombre. 
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines 
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro 
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. 
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, 
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, 
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, 
vacilante, extendido, tiritando de sueño, 
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra, 
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias. 
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos, 
aterido, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo 
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, 
y aúlla en su transcurso como una rueda herida, 
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, 
a hospitales donde los huesos salen por la ventana, 
a ciertas zapaterías con olor a vinagre, 
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.



DESESPEDIENTE

La paloma está llena de papeles caídos, 
su pecho está manchado por gomas y semanas, 
por secantes más blancos que un cadáver 
y tintas asustadas de su color siniestro.

Ven conmigo a la sombra de las administraciones, 
al débil, delicado color pálido de los jefes, 
a los túneles profundos como calendarios, 
a la doliente rueda de mil páginas.

Examinemos ahora los títulos y las condiciones, 
las actas especiales, los desvelos, 
las demandas con sus dientes de otoño nauseabundo, 
la furia de cenicientos destinos y tristes decisiones.

Es un relato de huesos heridos,
amargas circunstancias e interminables trajes,
y medias repentinamente serias.
Es la noche profunda, la cabeza sin venas
de donde cae el día de repente
como de una botella rota por un relámpago.

Son los pies y los relojes y los dedos 
y una locomotora de jabón moribundo, 
y un agrio cielo de metal mojado, 
y un amarillo río de sonrisas.

Todo llega a la punta de los dedos como flores, 
a uñas como relámpagos, a sillones marchitos, 
todo llega a la tinta de la muerte 
y a la boca violeta, de los timbres.

Lloremos la defunciòn de la tierra y el fuego, 
las espadas, las uvas,
los sexos con sus duros dominios de raíces, 
las naves del alcohol navegando entre naves 
y el perfume que baila de noche, de rodillas, 
arrastrando un planeta de rosas perforadas.

Con un traje de perro y una mancha en la frente 
caigamos a la profundidad de los papeles, 
a la ira de las palabras encadenadas,
a manifestaciones tenazmente difuntas, 
a sistemas envueltos en amarillas hojas.

Rodad conmigo a las oficinas, al incierto 
olor de ministerios, y tumbas, y estampillas. 
Venid conmigo al día blanco que se muere 
dando gritos de novia asesinada.

 

ME PEINA EL VIENTO LOS CABELLOS

Me peina el viento los cabellos 
como una mano maternal:
abro la puerta del recuerdo 
y el pensamiento se me va.

Son otras voces las que llevo, 
es de otros labios mi cantar:
hasta mi gruta de recuerdos 
tiene una extraña claridad!

Frutos de tierras extranjeras, 
olas azules de otro mar, 
amores de otros hombres, penas 
que no me atrevo a recordar.

Y el viento, el viento que me peina 
como una mano maternal!

Mi verdad se pierde en la noche:
no tengo noche ni verdad!

Tendido en medio del camino 
deben pisarme para andar.

Pasan por mí sus corazones 
ebrios de vino y de soñar.

Yo soy un puente inmóvil entre 
tu corazòn y la eternidad.

Si me muriera de repente 
no dejaría de cantar!





SAUDADE


Saudade -Qué será?... yo no sé... lo he buscado 
en unos diccionarios empolvados y antiguos 
y en otros libros que no me han dado el significado 
de esta dulce palabra de perfiles ambiguos.

Dicen que azules son las montañas como ella, 
que en ella se oscurecen los amores lejanos, 
y un noble y buen amigo mío (y de las estrellas) 
la nombra en un temblor de trenzas y de manos.

Y hoy en Eca de Queiroz sin mirar la adivino, 
su secreto se evade, su dulzura me obsede 
como una mariposa de cuerpo extraño y fino 
siempre lejos -tan lejos!- de mis tranquilas redes.

Saudade... Oiga, vecino, sabe el significado
de esta palabra blanca que como un pez se evade?
No... Y me tiembla en la boca su temblor delicado.
Saudade...






HOY, QUE ES EL CUMPLEAÑOS DE MI HERMANA

Hoy, que es el cumpleaños de mi hermana, no tengo 
nada que darle, nada. No tengo nada, hermana. 
Todo lo que poseo siempre lo llevo lejos. 
A veces hasta mi alma me parece lejana.

Pobre corrió una hoja amarilla de otoño 
y cantor como un hilo de agua sobre una huerta:
los dolores, tú sabes cómo me caen todos 
como al camino caen todas las hojas muertas.

Mis alegrías nunca las sabrás, hermanita, 
y mi dolor es ése, no te las puedo dar:
vinieron como pájaros a posarse en mi vida, 
una palabra dura las haría volar.

Pienso que también ellas me dejarán un día, 
que me quedaré solo, como nunca lo estuve. 
Tú lo sabes, hermana, la soledad me lleva 
hacia el fin de la tierra como el viento a las nubes!

Pero para qué es esto de pensamientos tristes! 
A ti menos que a nadie debe afligir mi voz!
Después de todo nada de esto que digo existe... 
No vayas a contárselo a mi madre, por Dios!

Uno no sabe cómo va hilvanando mentiras, 
y uno dice por ellas, y ellas hablan por uno. 
Piensa que tengo el alma toda llena de risas, 
y no te engañarás, hermana, te lo juro.




TENGO MIEDO

Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza 
del cielo se abre como una boca de muerto. 
Tiene mi corazòn un llanto de princesa 
olvidada en el fondo de un palacio desierto.

Tengo miedo. Y me siento tan cansado y pequeño 
que reflejo la tarde sin meditar en ella. 
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño 
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)

Sin embargo en mis ojos una pregunta existe 
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita. 
No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste 
abandonada en medio de la tierra infinita!

Se muere el universo, de una calma agonía 
sin la fiesta del sol o el crepúsculo verde. 
Agoniza Saturno como una pena mía, 
la tierra es una fruta negra que el cielo muerde.

Y por la vastedad del vacío van ciegas
las nubes de la tarde, como barcas perdidas
que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.
Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.


 

LA MUERTE DE MELISANDA

A la sombra, de los laureles 
Melisanda se está muriendo.

Se morirá su cuerpo leve. 
Enterrarán su dulce cuerpo.

Juntarán sus manos de nieve. 
Dejarán sus ojos abiertos

para que alumbren a Pelleas 
hasta después que se haya muerto.

A la sombra de los laureles 
Melisanda muere en silencio.

Por ella llorará la fuente 
un llanto trémulo y eterno.

Por ella orarán los cipreses 
arrodillados bajo el viento.

Habrá galope de corceles, 
lunarios ladridos de perros.

A la sombra de los laureles 
Melisanda se está muriendo.

Por ella el sol en el Castillo 
se apagará como un enfermo.

Por ella morirá Pelleas 
cuando la lleven al entierro.

Por ella vagará de noche, 
moribundo por los senderos.

Por ella pisará las rosas, 
perseguirá las mariposas 
y dormirá en los cementerios.

Por ella, por ella, por ella 
Pelleas, el príncipe, ha muerto.





POEMA 7

Alma mía! Alma mía! Raíz de mi sed viajera, 
gota de luz que espanta los asaltos del mundo. 
Flor mía. Flor de mi alma. Terreno de mis besos. 
Campanada de lágrimas. Remolino de arrullos. 
Agua viva que escurre su queja entre mis dedos. 
Azul y alada como los pájaros y el humo. 
Te pariò mi nostalgia, mi sed, mi ansia, mi espanto. 
Y estallaste en mis brazos como en la flor el fruto.

Zona de sombra, línea delgada y pensativa.
Enredadera crucificada sobre un muro.
Canciòn, sueño, destino. Flor mía, flor de mi alma.
Aletazo de sueño, mariposa, crepúsculo.

En la alta noche mi alma se tuerce y se destroza. 
La castigan los látigos del sueño y la socavan. 
Para esta inmensidad ya no hay nada en la tierra.
Ya no hay nada.
Se revuelven las sombras y se derrumba todo.
Caen sobre mis ruinas las vigas de mi alma.

No lucen los luceros acerados y blancos. 
Todo se rompe y cae. Todo se borra y pasa,
Es el dolor que aúlla como un loco en un bosque. 
Soledad de la noche. Soledad de mi alma. 
El grito, el alarido. Ya no hay nada en la tierra! 
La furia que amedrenta los cantos y las lágrimas. 
Sòlo la sombra estéril partida por mis gritos. 
Y la pared del cielo tendida contra mi alma!

Eres. Entonces eres y te buscaba entonces.
Eres labios de beso, fruta de sueños, todo.
Estás, eres y te amo! Te llamo y me respondes!
Luminaria de luna sobre los campos solos.
Flor mía, flor de mi alma, qué más para esta vida!
Tu voz, tu gesto pálido, tu ternura, tus ojos.
La delgada caricia que te hace arder entera.
Los dos brazos que emergen como juncos de asombro.
Todo tu cuerpo ardido de blancura en el vientre.
Las piernas perezosas. Las rodillas. Los hombros.
La cabellera de alas negras que van volando.
Las arañas oscuras del pubis en reposo.