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POETISA DE AMÉRICA Y EL MUNDO

Poemas de Gabriela Mistral

Danilo Correa  |  08 de diciembre de 2014 (21:00 h.)

 

Por: Danilo Correa

 

 

 

 

 

 

                                                 

 

 

 

 

Gabriela Mistral

(1889/04/07 - 1957/01/10)

 

Gabriela Mistral 

Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga 

 

Poetisa y diplomática chilena 

 

 

 

La experiencia es un billete de lotería comprado después del sorteo 

Gabriela Mistral 

 

 

Nació el 7 de abril de 1889, en la ciudad de Vicuña, cuarta región, Chile. Hija de Juan Jerónimo Godoy y Petronila Alcayaga, quienes la bautizaron con el nombre de Lucila. A los tres años su padre abandona la familia. 

 

Hija de un profesor rural y con una hermanastra de la misma profesión que le enseñó las primeras letras, ingresó en la escuela de La Unión, finalizando su enseñanza básica en Vicuña, donde la directora creía que padecía "retraso mental". Casi obligada a ser autodidacta a causa de la difícil situación económica de su familia y al aislamiento de la región.

 

En 1904 colabora en el periódico "Coquimbo", de La Serena, utilizando los seudónimos de "Alguien", "Soledad" y "Alma". A los quince años empieza a trabajar, en la Escuela de La Compañía, aldea vecina a Vicuña. A los 17 años conoce a Romelio Ureta, empleado de Ferrocarriles, "el amor de su vida". Durante este período, da clases en la escuela de La Cantera. En 1907 escribe para los periódicos "La Voz de Elqui" y "La Reforma". Un año después figura en la antología "Literatura Coquimbana" de L. Carlos Soto Ayala, en la cual éste le dedica un breve estudio y selecciona tres prosas poéticas de la autora: "Ensoñación", "Junto al mar" y "Carta íntima". El 25 de noviembre de 1909, a los 26 años de edad, se suicida en Coquimbo, Romelio Ureta. Se dice que sustrajo dinero de la caja del ferrocarril para socorrer a un amigo y al no poder restituirlo acabó con su vida. En sus bolsillos se encontró una tarjeta con el nombre de Lucila Godoy. 

 

Con temprana vocación por el magisterio, llegó a ser directora de varios liceos fiscales. Su fama como poetisa llegó en 1914, tras haber sido premiada en unos Juegos Florales por sus Sonetos de la muerte, inspirados en el suicidio de su gran amor, el joven Romelio Ureta. A este concurso se presentó con el seudónimo que desde entonces la acompañaría toda su vida y que fue concebido por la escritora como homenaje a dos poetas a los que admiraba, Gabrielle D'Annunzio y Frédéric Mistral. A su primer libro de poemas, Desolación (1922), le siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y otros

 

Inspectora en el Liceo de Señoritas de La Serena y destacada educadora, visitó México, Estados Unidos y Europa estudiando las escuelas y métodos educativos de estos países. Fue profesora invitada en las universidades de Barnard, Middlebury y Puerto Rico. A partir de 1933, y durante un periodo de veinte años, trabajó como cónsul de su país en ciudades como Madrid, Lisboa y Los Ángeles, entre otras. 

 

Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano, alemán y sueco siendo muy influyente en la obra creativa de muchos escritores latinoamericanos posteriores, como Pablo Neruda y Octavio Paz. Sus diversos poemas escritos para los niños se recitan y cantan en muy diversos países. En 1945 fue el primer escritor latinoamericano que consiguió el Premio Nobel de Literatura. En 1951, le otorgaron el Premio Nacional de Literatura de su país. 

 

En 1928, y junto con su íntima amiga Palma Guillén adoptó a Juan Miguel Godoy Mendoza, nacido en Barcelona en 1925, hijo de su medio hermano Carlos Miguel Godoy y de la catalana Marta Mendoza. El niño acompañó a Mistral en sus viajes y cuando residían en Petrópolis (Brasil), se enamoró de una joven alemana con la que deseó contraer matrimonio. Gabriela se opuso a la boda y el joven se suicidó ingiriendo arsénico el 14 de agosto de 1943.

 

Gabriela Mistral se relacionó íntimamente con Doris Dana, a la que conoció en Nueva York en 1946. Dana era lesbiana y 31 años más joven que ella. Tenía 27 años cuando se conocieron y a Gabriela le recordaba físicamente a la actriz Katherine Hepburn. Su amiga trabajó ocasionalmente en el Departamento de Estado y a pesar de no compartir lenguaje su relación íntima duró hasta la muerte de la poetisa. Doris Dana se convirtió en albacea de su obra y también su principal heredera.

 

Tras una larga enfermedad, Gabriela Mistral fallece el 10 de enero de 1957, a las 4,10 horas, en el Hospital General de Hempstead, en Nueva York. No murió sola, en todo momento fue asistida por Doris Dana. Sus restos reciben el homenaje del pueblo chileno, declarándose tres días de duelo oficial. Los restos de Gabriela Mistral llegaron a Chile el 19 de enero de 1957 y se velaron en la Universidad de Chile, donde 400 niñas del Liceo Nº 6, del que Gabriela fue su primera directora, hicieron guardia de honor. Recibió sepultura en Montegrande y se le rindió homenaje en todo el Continente y en la mayoría de los países del mundo. 

 

 

Obras

 

Sonetos de la Muerte (1914)

Desolación (1922)

Lecturas para mujeres (1923)

Ternura (1924)

Nubes blancas y breve descripción de Chile (1934)

Tala (1938)

Todas íbamos a ser reinas (1938)

Antología (1941)

Lagar (1954)

Recados, contando a Chile (1957)

Poema de Chile (1967)

Almácigo (2008)

Niña errante (2009, epistolario)

Hijita querida (2011)

Epistolario americano (2012, correspondencia)

 

 

Desolación, 1922 

 

La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde

me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.

La tierra a la que vine no tiene primavera:

tiene su noche larga que cual madre me esconde.

 

El viento hace a mi casa su ronda de sollozos

y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.

Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,

miro morir intensos ocasos dolorosos.

 

¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido

si más lejos que ella sólo fueron los muertos?

¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto

crecer entre sus brazos y los brazos queridos!

 

Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto

vienen de tierras donde no están los que son míos;

y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos,

sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.

 

Y la interrogación que sube a mi garganta

al mirarlos pasar, me desciende, vencida:

hablan extrañas lenguas y no la conmovida

lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta.

 

Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;

miro crecer la niebla como el agonizante,

y por no enloquecer no encuentro los instantes,

porque la "noche larga" ahora tan solo empieza.

 

Miro el llano extasiado y recojo su duelo,

que vine para ver los paisajes mortales.

La nieve es el semblante que asoma a mis cristales;

¡siempre será su altura bajando de los cielos!

 

Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada

de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;

siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,

descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.

 

 

 

 

 

CANCIÓN DE CUNA DEL CIERVO


Duérmete con tus dos sangres,
en cervato del Desierto,
bien si acaso te despiertas,
bien si quedas en ef sueño:
bueno es vivir y morir,
ser creado y ser disuelto.
Duerme tú, duerme hasta que
en cristiano despertemos.

Jugarreta con lomillo
y pezuñitas y vellos,
duerme a mitad de la sal,
la pelambre y el desuello,
el belfo blanco y salobre,
los lagrimales sangrientos.

No te oiga de dormido
el alma del hormiguero,
ni la araña te repase
las ancas de terciopelo,
ni el alacrán te conozca,
ni te revuele el murciélago,
ni te halle la bestia hirsuta
que en la noche hirió a mi Ciervo.

Pedrisco ni piedra hondeada
del Caín color de infierno,
ni la flecha envenenada
te den muerte que le dieron.
No duermas como él dormía,
fiados alma y alientos.

Blanda y morosa es la hierba,
viva como Ángel atento.
Duerma la gracia tacneña,
duerma con sus dos alientos,
el color de la piñeta,
la blandura del mansueto,
con yerba buena en las astas,
sin sangre sobre los belfos,
cribado de las estrellas,
ebrio de olores disueltos,
soñando herbazal tumbado
y pastal que va subiendo:
¡Duerme, chiquito,
pace tu sueño!

(Y el velludito se va
como rama desprendiendo,
cargado del sueño suyo,
del pedregal y del médano.
Ya está parado en su bien,
rico de tiniebla y sueño.)

 

 

 

 

 

VIENTO NORTE
El viento Norte viene
levantándose, ladino,
y aunque es más viejo que Abraham,
así comienza de fino,
y si no se apura el paso,
ya nos coge el torbellino
y somos, dentro del Loco,
un frenético, un zarcillo,
un volantín con que juega
hasta que cae vencido
y se devuelve a sus antros,
también él roto y vencido.

-Mamá, pero te has trepado
a donde el viento es indino.

-Porque yo me envicié en él
como quien se envicia en vino,
trepando por los faldeos,
siguiéndolo por el grito.
Yo no era más, era sólo
su antojo y su manojillo
y a mí me gustaba ser
su jugarreta sin tino
y en donde estoy, todavía
le llamo, a veces, "mi niño"...

¿Sabe a qué baja el Loco?
Baja a cumplir su destino.

-Él no sabe nada, mama,
y hace, no más, desatinos.
Zamarreaba nuestra casa
como si fuese un bandido.
Ninguno entonces dormía
y era como el Anti-Cristo.

-Te tiras al suelo como
si pasase el Diablo mismo,
¡ay, mi zonzo novelero!
Tapa tus orejas hasta
que cruce mi Loco suelto,
pero déjalo que a mí
me cante en Loco divino.
Porque, sábelo, nosotros,
poetas de él aprendimos
el grito rasgado, el llanto.

 

 

 

 

 

A VECES, MAMÁ, TE DIGO...

 

-A veces, mama, te digo,

que me das un miedo loco.

¿Qué es eso, di, que caminas

de otra laya que nosotros

y, de pronto, ni me oyes

y hablas lo mismo que el loco

mirando y sin responder

o respondiendo a los otros?

¿Con quién hablas, dime, cuando

yo me hago el que duerme... y oigo?

Será con los animales,

la hierba o el viento loco.

-Porque todos están vivos

y a lo vivo les respondo.

También contesto a lo mudo,

por ser mis parientes todos.

-Ja, ja, ja, mama, la mama,

calla o me lo cuentas todo.

-Me llamaban "cuatro añitos"

y ya tenía doce años.

Así me mentaban, pues

no hacía lo de mis años:

no cosía, no zurcía,

tenía los ojos vagos,

cuentos pedía, romances,

y no lavaba los platos...

¡Ay! y, sobre todo, a causa

de un hablar así, rimado.

-¿Y qué más, qué más hacías?

¡Ve contando, ve contando!

-Me tenía una familia

de árboles, otra de matas,

hablaba largo y tendido

con animales hallados.

Todavía hablo con ellos

cuando te vas escapado.

Pero ellos contestan sólo

cuando no les hacen daño.

No lo hostigó mi Santo

Francisco y les dijo hermanos.

 

 

 

BÍO-BÍO

 

-Paremos que hay novedad.

¡Mira, mira el Bío-Bío!

-¡Ah! mama, párate, loca,

para, que nunca lo he visto.

¿Y para dónde es que va?

No para y habla bajito,

y no me asusta como el mar

y tiene nombre bonito.

-¡No te acerques tanto, no!

Échate aquí, loco mío,

y óyelo no más.

Podemos quedar con él

una semana si quieres,

si no me asustas así.

-¿Cómo dices que se llama?

Repite el nombre bonito.

-Bío-Bío, Bío-Bío,

qué dulce que lo llamaron

por quererle nuestros indios.

-Mama, ¿por qué no me dejas

aquí, por si habla conmigo?

El casi habla. Si tú paras

y si me dejas contigo,

yo sabré lo que nos dice,

por si se me vuelve amigo.

¡Qué de malo va a pasarme,

Mama! Corre tan tranquilo.

-No, no chiquito, él ahoga,

a veces gente y ganados.

Óyelo, sí, todo el día,

loquito mío, antojero.

Yo no quiero que me atajen

sin que vea el río lento

que cuchichea dos sílabas

como quien fía secreto.

Dice Bío-Bío, y dícelo

en dos estremecimientos.

Me he de tender a beberlo

hasta que corra en mis tuétanos.

Poco lo tuve de viva;

ahora lo recupero

la eterna canción de cuna

abajada a balbuceo.

Agua mayor de nosotros,

red en que nos envolvemos,

nos bautizas como Juan,

y nos llevas sobre el pecho.

Lava y lava piedrecillas,

cabra herida, puma enfermo.

Así Dios "dice" y responde,

a puro estremecimiento,

con suspiro susurrado

que no le levanta el pecho.

Y así los tres le miramos,

quedados como sin tiempo,

hijos amantes que beben

el tu pasar sempiterno.

Y así te oímos los tres,

tirados en pastos crespos

y en arenillas que sumen

pies de niño y pies de ciervo.

No sabemos irnos, ¡no!

cogidos de tu silencio

de Ángel Rafael que pasa

y resta y dura asistiendo,

grave y dulce, dulce y grave,

porque es que bebe un sediento...

Dale de beber tu sorbo

al indio y le vas diciendo

el secreto de durar

así, quedándose y yéndose,

y en tu siseo prométele

desagravio, amor y huertos.

Ya el Tolomí te vadea,

a braceadas de foquero;

los ojos del niño buscan

el puente que mata el miedo,

y yo pasaré sin pies

y sin barcaza de remos,

porque más me vale, ¡sí!

el alma que valió el cuerpo.

Bío-Bío, espaldas anchas,

con hablas de Abel pequeño:

corres tierno, gris y blando

por tierra que es duro reino.

Tal vez, estás, según Cristo,

en la tierra y en los cielos,

y volvemos a encontrarte

para beberte de nuevo...

-Dime tú que has visto cosas

¿hay otro más grande y lindo?

-No lo hay en tierra chilena,

pero hay unos que no he dicho,

hay más lejos unos lagos

que acompañan sin decirlo

y hacia ellos vamos llegando

y ya pronto llegaremos.